MÁS ALTURA
Infatigable al desaliento, obsesionado hasta la neurosis patológica y el insomnio pertinaz, Construido García - menudito, enclenque y persistente - recorría cada mañana todas las redacciones de periódicos y sedes editoriales de su ciudad cargado con las copias de sus obras que entregaba en oficinas de jefes de redacción y agentes literarios. Las musas le inspiraban todas las noches.
Esperaba las respuestas nervioso e impaciente, con la incapacidad de concentrarse en nuevos proyectos y adelgazando hasta la preocupación familiar. El contenido de las cartas era siempre coincidente: agradecían su confianza en el medio, pero sus escritos carecían de la suficiente "garra", objetivo primordial de la línea editorial. Le aconsejaban "más reflexión y más altura", "más madurez literaria".
Abatido en el sofá pensaba que la garra, la reflexión y la madurez esperaba encontrarlas en el paso de los años y en los atracones de lecturas que se daba hasta la madrugada, pero eso de la "altura" no sabía ni dónde ni cómo buscarlo.
Un domingo, reconfortado espiritualmente tras la misa de once en la catedral, al salir miró hacia arriba, sus ojillos achinados se iluminaron con la visión de la torre mudéjar y pensó: "tanto tiempo, tanto tiempo...y esta es la solución". Esperó que el templo se vaciara de fieles, con sigilo recorrió una de las naves laterales ya en penumbra y abordó con disimulo a uno de los monaguillos que, estupefacto, escuchó atónito, aceptó el soborno sin pensarlo y los cincuenta euros de la mano sudorosa. Construido García, casi desaparecido bajo el abrigo machadiano, caminó feliz hasta su casa olvidando el vermú tradicional en el casino de la plaza.
Por las mañanas, según lo pactado en secreto con el acólito, cinco minutos antes de la misa de alba, éste abriría una hoja de la Puerta del Sur de la catedral para dejar angosto paso al diletante quien, portando su carpeta y una humilde fiambrerilla con un frugal tentempié, subiría a oscuras los noventa y siete escalones hasta el cuerpo de campanas. Allí, sentado en un rincón y embutido en su abrigo, trataría de dar "más altura" a sus escritos siguiendo las pautas de las últimas tendencias literarias.
El dolor de las articulaciones por la postura incómoda, el aire gélido del lugar, las miradas inquisitoriales y atentas de las cigüeñas vecinas, el ruido ensordecedor de las campanas y el escándalo de los gorriones impidieron a Construido escribir palabra alguna. Hasta el reloj se había estropeado y daba las doce cada hora. Le pareció que en lugar de "más altura", lo único que conseguiría sería "más locura"en sus reflexiones y composiciones.
Una mañana de febrero el monaguillo se extrañó al no ver a su intelectual compinche arrodillado en el banco para oír la misa de las once. Eso fue lo acordado entre ambos para que tras la liturgia se pudiera cerrar con llave la puerta que daba acceso a la torre. Era la primera vez en varios meses que aquello sucedía. Construido tampoco bajó durante la misa y al finalizar ésta, el chico, inquieto, disimuladamente se dirigió a la torre apagando luces y revisando las capillas laterales. Con un mal presentimiento rebotando en su cabeza, subió atropelladamente las escaleras, tropezó en algunos escalones roídos por los siglos y, sin aliento, alcanzó el rellano cubierto de nieve. Un lametazo de viento helado le congestionó la cara. Dieron otra vez las doce. Avanzó unos pasos y allí, en su rincón, halló a Construido helado, inmóvil, muerto de frío. En un folio congelado había escrito, al fin, un poema de "altura":
Poema deconstruido
Pajarillos traviesos revoloteaban,
mas las angustias no se marchaban
de mi cabeza.
Construido García de la Infiesta
Fuente del Maestre y Alcudia. Julio 2014