C L Í N I CAS
Y mientras que la azorada enfermera recogía las flores mustias dejadas inexplicablemente por alguien sobre la cama, Lola, negándose a entrar en la habitación, una mano en el quicio de la puerta y la otra tirando hacia atrás de la falda de su madre, gritaba a pleno pulmón :
¡Marchitas no, mami, están muertas! ¡Están muertas!
Sevilla, octubre de 2014
¡Marchitas no, mami, están muertas! ¡Están muertas!
Sevilla, octubre de 2014