domingo, 8 de septiembre de 2013

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                                     En primera persona

                Veinte relatos de humor y alguna ironía despendolada
                                          

                         Julián García Arias

viernes, 6 de septiembre de 2013

Prologuillo




                 

                                                     


                                                     
                                                          P R O L O G U I L L O




                    Entre los año 1976 y 2011 "colgué" en las benditas  salas de profesores de los Institutos donde ejercía algunas ocurrencias humorístico-literarias. Lo hacía para entretenerme y para romper la monotonía de la actividad docente. Entre unos y otros colegas que participaban en el evento (José Antonio Pérez, cofundador, fue el más activo), dimos a aquello los nombres de Miércoles literarios y Canguro ilustrado. Este último fue tan fructífero que logramos fundar un nuevo movimiento: el Cangurismo.

                          Como ya no tengo sala de profesores, ni instituto ni actividad docente, he decidido, en recuerdo y homenaje a todos mis colegas, continuar "colgando" en la red las cosillas que se me vayan ocurriendo. Ahí van, por tanto, Veinte canguros más, on line, como mandan los tiempos.Teresa del Robledo, otra canguril de pro, me hizo la portada. 
                                   

                                      




                                                                            Fuente del Maestre y Sevilla, 2013

martes, 3 de septiembre de 2013

En primera persona: Paisaje después de la batalla

                                   Paisaje después de la batalla




                 Justo en el momento que la orquesta acometía los primeros compases de Stand by me,  una racha inesperada de viento marino sacudió el inmenso parasol que se encontraba contiguo al nuestro y se cerró con estrépito capturando a los comensales que cenaban debajo. La música  no cesó, aunque hubiera sido preferible, pues el vocalista estaba asesinando  la  emblemática canción. Hubo cierto revuelo hasta que los atrapados, no sin dificultad,  consiguieron salir de aquella especie de tienda de campaña india, algunos de ellos bastante descompuestos de semblante y de atuendo.                                        Sin embargo, alguien no lograba zafarse del amasijo de lonas y empezó a gritar, a patalear y a manotear de tal manera que mis amigos y yo nos precipitamos en su ayuda derribando cuanto nos encontrábamos en el camino. Levantando unos las varillas, sosteniendo otros las telas y penetrando los más valientes en el angosto laberinto, dimos con una señora presa del traicionero artilugio y de la histeria. ¡Qué espectáculo! Al intentar levantarla nos percatamos de que un trozo de varilla astillada se había introducido en su orondo escote, roto su vestido estampado y enganchado en uno de los aros del sujetador. Los gritos fueron a más cuando empezamos a  manipular escote, vestido, varilla y sujetador en nuestro celo por liberarla. La orquesta, al fin, terminó y toda la terraza fijó su atención en el rescate esperando un desenlace. Los espectadores opinaban por sectores: un sector pensaba que lo más sensato era avisar al 061, otro al 091, otro al 092 y otro al 080. Hubo también quienes creían que el responsable era el maitre, y un señor muy pesimista gritó, encaramado en una mesa, que avisaran a un sacerdote para dar la Extremaunción. Nada de eso fue necesario. Como pudimos desabrochamos el sostén, conseguimos calmar a la accidentada y esta salió tapando su abundante pecho con una rebeca. El marido, ajeno a todo pues se hallaba en los lavabos, al volver se topó con la escena, abrió los ojos como platos y no pudo articular palabra.   











                    Julián García Arias: En primera persona

En primera persona: Bancos

                                              B A N C O S



                 Tras varios días de ardua negociación conseguí que el director de la sucursal me ofreciera un 1,75 % de interés en un depósito a plazo. Quería sacarle a los ahorros algo más de rentabilidad pues eran el fruto de toda mi vida laboral. Recibí una llamada para que me pasara por la oficina "cuanto antes" ya que los intereses " estaban empezando a bajar".

               Al día siguiente fui con mi libreta de ahorros para hacer la transferencia y abrir un IPF. El director me hizo esperar casi una hora y empecé a imaginar que la cantidad a depositar era muy importante para mí pero insignificante para él. Creo recordar que ni siquiera se levantó para saludarme, pero enseguida puso el contrato en la mesa para que lo firmara.
               
                 Nunca he entendido un pepino de cuestiones financieras, así que firmé unos cuantos folios sin leer ni una letra de lo que en ellos ponía. Al terminar, como si aquello estuviera programado, con un gesto rápido y mecánico, sacó de uno de los cajones de su escritorio una carterilla de plástico y  la puso ante mis ojos mientras recogía el contrato. La cartera era exigua, solo para "guardar las tarjetas de débito y de crédito", según dijo. Tenía el logotipo del banco. "Un obsequio". La miré unos segundos con atención y pregunté:

                  - ¿No la tendría de piel o de polipiel?  
                 
              Apuntándome con el bolígrafo, sentenció:

                  -  Esa es mejor, hasta puede usted ducharse con ella. 


                                

                                 Julián García Arias: En primera persona.

En primera persona: Diario íntimo de Herodes Antipas

                            Diario íntimo de Herodes Antipas






                  No me gustan los niños. Nunca me han gustado. Con sus manitas gordezuelas eternamente pringosas, los hocicos churretosos, sus orines y cacas a discreción, esa constante agitación que me saca de quicio... ¡puaf, qué asco!
                     
                 Debieran exterminarlos a todos, o mejor, practicarles la lobotomía para convertirlos en seres anodinos, asentimentales, utilizados solo para el trabajo duro e ingrato... Creo que  voy a reunir al Consejo y publicar un Edicto obligando a la población a entregar al Estado a los nacidos a partir de ahora. Sí, eso haré. Que los eduquen las instituciones. Nada de mimos. Nada de cariño. Mano dura. Eso es. Que se jodan.    












                                 Julián García Arias: En primera persona


En primera persona: De bohemia

                                          De bohemia




               Atribulado y acodado trasiego un vino fláccido, de poco cuerpo, de esos que hasta el octavo vidrio no te da el zurriagazo en la cabeza. Una bombilla mugrienta ilumina el  infame tabernáculo proyectando sombras gigantescas en los conos. El Pelao da una ronda gratuita como si fuera un acontecimiento histórico y algunos de la parroquia ni se lo agradecen. Por el espejo roto y polvoriento veo con desagrado que entra a mis seis El Litri con su comparsa de plays. Su careto lo canta todo y es evidente que viene de otros pagos noctívagos. Portezuelo, susurra mi nombre y clava sus garfios en mi hombro que deja dolorido. Me hago a un lado e inunda con su chaqueta gitana el mostrador de la bodegucha.

             -  Pelao, grita, ponle a estos unos quinqués y a mi me vas dando la llave del corralón, que voy a respirar un powder guapo guapo que me ha servío un dromedario en las fiestas de Almendralejo.

             - Litri, dice el oficiante por lo bajini, el día que los picos te trinquen vas a saber lo que vale un peine.

            - Antes de eso, te pego un tiro en los güevos, hijoputa, maricón de mierda...¡serás sieso!

             Mientras difumina su corpachón pestilente por la oscuridad de la trastienda, a un adlátere se le oye esto:

             -Te diera un cólico miserere esta misma noche y te fueras al otro barrio echando espumarajos por el josico...

             Litri García vuelve al rato resoplando con dificultad por  la nariz, que se le ha amoratado y simula una berenjena. Viene sudando, arrollando a su paso mesas y sillas que ruedan por el suelo tras el embiste. Cuando alcanza la barra saca del bolsillo un móvil blanco y manipula la pantalla  con su dedo gordo. Del aparato irrumpe con fuerza el himno de la Legión y al Litri se le ilumina la cara como si la Virgen de Fátima hubiera hecho su celestial presencia.

          - ¡Litri, revienta El Pelao, a ver si tenemos más cuidao con el mobiliario, me voy a cagar en la puta que te aventó, que cada vez que vienes destrosas algo!
  
        
                El aludido saca un fajo de billetes doblado por la mitad y con la mano ensortijada los va pasando como las páginas de un libro. Deja unos cuantos al lado de su güisqui, da media vuelta, camina unos pasos y pisotea con fuerza una de las sillas caídas. Las carcajadas de su pandilla rebotan en el techo y se expanden por toda la estancia. Luego, desde mi rincón en penumbra,  los veo salir, provocando con aires de película mala del Oeste, de aquellas que la empresa del pueblo proyectaba en el cine de verano.


                  


                            

            


                                    Julián García Arias: En primera persona.

En primera persona: Fusil

                                                  F U S I L



                Estarán de acuerdo conmigo si les digo que este país, en los últimos años,  se ha llenado de rotondas y de "centros de interpretación". Estos centros "interpretan" cualquier tontería que se le ocurre al alcalde de turno para captar turistas: unas cuantas piedras supuestamente histórico-arqueológicas, los extraños lagartos de un insólito paraje, la minería del pueblo de la que no queda ni rastro, el molino de agua del tío Fulanito con datos documentales en el Neolítico...  A veces, recordando a McLuhan, ya saben, el que dijo aquello de "el mensaje es el medio", pienso que el centro de interpretación se interpreta a sí mismo porque no hay nada que interpretar. Pensando mal, se tiene la sensación de que aquello está allí para que unos cuantos listillos se lleven un dinerito a casa.

              Hace unos días, viajando sin rumbo fijo por ahí, al salir de una rotonda me topé con un cartel gigantesco  que anunciaba la inminente llegada a un Centro de interpretación del fusil. Pensé que aquello era el colmo de la estulticia, pero por curiosidad, detuve el coche y entré. El edificio, situado en medio del campo, era de lujo: construcción ultramoderna, materiales caros, mobiliario de diseño y una climatización para albergar pingüinos.
Tres azafatas me recibieron muy amables en el vestíbulo desierto; yo era el único visitante. Pasamos a una sala anexa donde se exponía el objeto que había dado lugar a todo aquel despilfarro. Una vitrina de metacrilato encerraba un fusil apoyado en dos soportes para su correcta "visualización". Me aproximé y me quedé estupefacto: el fusil era un CETME, utilizado por el ejército español hasta hace solo unos años. Dos paneles en la pared del fondo explicaban la historia de la fabricación y su funcionamiento. En un video que ofrecía un televisor de plasma de última generación, un tipo montaba y desmontaba el arma incesantemente.

                   Es una copia, dijo una de las azafatas señalando la vitrina, el original está en restauración.










           Julián García Arias: En primera persona

En primera persona: Seguro azar

                                       S E G U R O   A Z A R


                Estoy trajinando en la cocina y, la mente con sus asociaciones, recuerdo de pronto la "receta" de Tristán Tzara para hacer un poema dadaísta, ya saben, aquel de "coja unas tijeras y bla, bla, bla...". Recuerdo también que mi madre guardaba en un cajón del aparador una máquina antiquísima para picar carne y otros alimentos; es verdad, aquí está. Y pienso: ¿qué sucedería si en lugar de recortar un artículo de periódico yo picara en este artilugio el Diccionario de la Real Academia de la Lengua?
             
                Fue un trabajo laborioso, no crean, me mantuvo ocupado varias semanas, el DRAE tiene muchas páginas. Al principio la máquina se atascaba con tanto papel impreso, tanta letra, hasta que descubrí  que la cosa marchaba mejor echando un poquito de aceite.  Monté el aparato en un antiguo banco de carpintero que hay en el trastero de mi casa y debajo puse un cubo que recogía el diccionario triturado. Cuando el cubo se llenaba esparcía su contenido en el jardín e intentaba dar algún sinsentido a aquel puzzle de letras y palabras casi ilegible. Anotaba en un cuaderno versos y antiversos pensando que algún día yo, con mi idea genial, podría publicar El Quijote Dadá. Luego, con una pequeña pala, echaba los restos en una bolsa de basura.

                Mis padres,  atónitos,  me dejaban hacer, acostumbrados como estaban a mis excentricidades. Es más, colaboraban tirando las bolsas  en el contenedor cercano. Algunos días en que mi actividad era más intensa, sacaban  diez o doce. Los vecinos comenzaron a extrañarse y desde el balcón de mi habitación sorprendí a alguno que con nocturnidad y alevosía inspeccionaba las bolsas esperando encontrar restos de un cuerpo descuartizado.

                 A las pocas semanas se presentaron en casa dos miembros de la Policía Local y nos hicieron algunas preguntas. Traían la velada intención de entrar e inspeccionar, pero mi madre les explicó que tenía la casa muy revuelta, "patas por alto", fue su expresión, y se fueron. A las cuarenta y ocho horas trajeron una orden de registro, vieron mi tingladillo literario y se fueron algo más que extrañados, con la duda de qué significaba todo aquello. Justo a la semana recibimos una denuncia: se nos acusaba de tener  instalada en el domicilio particular una industria papelera ilegal. Ahí terminó mi carrera de escritor neovanguardista.
                                                    
                                                     Julián García Arias: En primera persona


En primera persona: Consejos

                                            C O N S E J O S





                Si está cansado y quiere apearse del mundo, yo le voy a ayudar.

Levántese temprano y aséese. Ropa cómoda, por favor.
Bese a su mujer o a su marido. Si tiene hijos, no sea antipático y dígales adiós.
Si no tiene familia, mejor; bese la imagen que refleja el espejo, es la suya.
Vaya a los extrarradios de la ciudad donde le ha tocado vivir.
(A eso que los franceses  llaman banlieu)
Localice las vías del tren.
Elija uno de los dos raíles; no lo dude mucho, son idénticos.
Tiéndase en el suelo y apoye su cabeza en él.
Espere.
Nunca falla.
Se lo digo por propia experiencia.





                                 


                                               


                                                  Julián García Arias: En primera persona

En primera persona: Gran Vía

                                                  G R A N    V Í A




                Camino por la calle de una gran ciudad. La calle es muy conocida y la ciudad es la capital del estado. Me cruzo con cientos, miles de personas desconocidas. Las aceras van atestadas, llenas de gente. ¿Qué probabilidades hay de que encuentre y reconozca a alguno de esos rostros en otro lugar, en otro tiempo? ¿Te  reconocería a ti, chico con mochila que has tropezado conmigo y has pedido perdón esbozando una sonrisa? No hago nada en la ciudad, solo paseo y observo. Subo y bajo las aceras concurridas. Llevo así meses, intentado reconocer a alguien visto con anterioridad. Siempre en la misma calle famosa. Es un simple capricho que me ocupa y entretiene gran parte del día.

                 Hoy he tropezado con él. Como siempre va muy despistado y no me ha reconocido. Le pedí perdón y emitió un suspiro de cansancio. Es un tipo que me cae bien. No sé que hace en Madrid, lleva meses alojado en el hotel. Todas las noches le doy la llave de su habitación y mira como si yo fuera un conserje distinto cada vez. Mantuvimos una conversación breve cuando llegó, se interesaba por un libro de Filosofía que leía y subrayaba en recepción. Heidegger, dijo, eso es un peso pesado. ¿Te interesa la Filosofía? Me interesa, contesté, estudio Filosofía. ¡Ah!, exclamó, no sé si sabrás que por mucho que estudies jamás comprenderás el mundo. Dio las buenas noches y se dirigió al ascensor.














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En primera persona: Cómplices

                                            C Ó M P L I C E S


              Grandes nubarrones llenaban mi cabecita infantil de malos presagios. Mi padre había descubierto en una esquina del jardín el cadáver de Ortega con un tajo en el cuello y, no lejos de allí, también a Gasset, que agonizaba entre violentos estertores, desangrándose bajo el hueco de la escalera que conducía al pajar. Yo, instigado por el intelectual de mi hermano, era el autor material de aquellos horrendos crímenes, la mano asesina que había lanzado con gran maestría la tapa circular de una  gran lata de sardinas.

              Ambos habíamos pasado varios días del recién inaugurado verano estudiando la operación. Agazapados tras los setos como cazadores furtivos, observábamos el paso lento y pausado de aquellos felinos astutos, auténticos tigres de Bengala en nuestra efervescente imaginación, que unos amables vecinos habían regalado a mis padres para la vigilancia ratonil de la casa. Por las tardes infernales, con la chicharra abrasada y enloquecida, ensayábamos el lanzamiento del arma contra una caja de cartón. No debíamos fallar. Y no fallamos. El día D y a la hora H, mi mano no tembló y se produjo la ejecución según lo tantas veces acordado y repasado.

             Al día siguiente de los hechos, cuando la tarde languidecía en los ventanales de aquel inmenso y destartalado caserón que habitábamos, mi hermano tuvo la pésima fortuna de cruzarse con mi padre en el comedor y, agarrado de una oreja, fue conducido de inmediato al prohibidísimo despacho. Colocando una de las mías sobre la puerta de cuarterones, cerrando con todas mis fuerzas los puños, temiendo escuchar mi nombre pronunciado por él, escuchaba sobre sus entrecortados gemidos la voz tronante del jefe de la casa. Tras varias amenazas, sin cine, sin postre, sin cena...llegó la definitiva y, como lo hubiera hecho también yo, claudicó: NO PODÍAMOS PASAR EL VERANO SIN BICICLETAS. Se inculpó como el único autor material e intelectual de los actos, prometió confesarse el domingo y aceptar la dura penitencia que le impondría don Fabián. Además tendría que acostarse el resto de la semana con los últimos rayos de sol.

             Lo esperé en la penumbra de nuestra habitación. Llegó con los ojos hinchados y las  mejillas surcadas por churretones que revelaban el paso de las lágrimas. Me miró, pero no dijo nada. Ni un solo reproche. Se puso el pijama y se acostó mirando hacia la pared. Silencio. Al rato toqué su hombro, dije gracias y le extendí mi mano que llevaba una chocolatina guardada hacía tiempo para él. 



                                                     (A la memoria de mi hermano Rafael)

                                   



                                          Julián García Arias: En primera persona

En primera persona: Taxi

                                                   T A X I




Tomo un taxi.
Cierro la puerta con demasiado ímpetu.
Los ojos del taxista se cruzan con los míos en el espejo retrovisor.
No le ha hecho ninguna gracia el portazo.
Calle Tal, digo.
Atraviesa la ciudad a toda velocidad.
Y me deja en un solar de las afueras.
Le voy a denunciar, grito.
Haga lo que quiera. El taxi es falso, la matrícula es falsa, mis papeles son falsos... Todo es falso, señor... ¿Está usted seguro de ser quién dice su carné de identidad?













                                Julián García Arias: En primera persona

En primera persona: Maravillas

                                    M A R A V I L L A S



                 Juego al pin-pon y escribo. Regulín tirando a mal. En ambas tengo un "techo" que no puedo superar. Lo sé desde la adolescencia. En tenis de mesa, ganaba siempre a algunos, empataba con otros y perdía siempre con los mismos. Siempre. No era cuestión de entrenamiento sino de facultades.

                   Con la literatura me sucede igual. En mi niñez obtuve el premio provincial de redacción, no el regional ni el nacional. Era cuestión de talento. Pero sigo jugando al pin-pon y escribiendo. Tras leer a los "grandes" me deprimía. Puedo decir que Quevedo, Pessoa, Cervantes y Joyce me han enviado muchas veces al psiquiatra. Ahora estoy mejor. He comprendido que ellos son el "techo" de la escritura.

                 Escribo para mí. Me gusta. Puedo hacerlo de cualquier cosa. A veces, en las noches de insomnio, creo personajes que, sentados en la almohada con las piernecitas colgando, esperan mi despertar. Luego, pobrecillos, hago con ellos lo que quiero. Han caído en la red de las palabras y ahí está la araña del lenguaje, minúsculo y poderoso demiurgo, dueño y señor del pensamiento. Otras veces, fabrico ideas que trasladadas al papel engordan mi autoestima y mi ego filosófico. Hasta hay ocasiones en las que me atrevo con disquisiciones que barnizo con una capa de ética  y moral, y entonces duermo tranquilo esa noche porque mi conciencia está comprometida, tiene inquietudes sociales.

                Ya sé, desde hace mucho tiempo, que  jugar al pin-pon o escribir sirven para nada. Pero es algo que los humanos hacemos desde siempre. Escribir, digo, el pin-pon es un invento del siglo XX.   




                  Julián García Arias: En primera persona

En primera persona: Exposición

                                         E X P O S  I C I Ó N





                  Al entrar me sorprendió verle subido en una escalera. La había pedido al galerista y este se la había proporcionado por ser un viejo conocido. La tenía demasiado cerca de uno de mis cuadros pero, con su aspecto de intelectual excéntrico, no sorprendía que estuviera examinando mis obras "desde arriba". Era un hombre mayor y daba un poco de miedo que perdiera el equilibrio y cayera. ¡Caray!, pensé, a ver si voy a tener un accidentado en la primera exposición que inauguro. Le hice un gesto interrogante al galerista quien comentó en voz baja: está como una cabra, pero entiende bastante, quizás te compre algún cuadro.

                   Permanecí un rato inspeccionando el montaje ( había colgado hacía solo cuarenta y ocho horas) y mirándolo de reojo. Observé con estupor que se ponía de puntillas sobre la pequeña plataforma e inclinaba su cuerpo excesivamente hacia la pared con la evidente intención de ver mejor la parte superior del bastidor del cuadro. La escalera se levantó ligeramente de un lado y este movimiento hizo que su frente diera contra la pared, quedando visitante y escalera en equilibrio inestable. Su cabeza y las dos patas que aún tocaban el suelo, eran los vértices del triángulo en inminente trance de derrumbe, algo que sucedió al instante.

                   El batacazo fue ruidoso y aparatoso. Tras recogerle del suelo y sentarle, vimos que lo único que se había roto eran sus gafas. La bufanda blanca que tenía puesta quedó suspendida en una de las esquinas del cuadro y uno de sus zapatos fue inexplicablemente a la puerta de la calle. Repuesto del susto exclamó: ¡Y yo que solo quería saber cómo estaban colgadas las obras!
                   Tuve ganas de estrangularlo allí mismo.








                                         Julián García Arias: En primera persona

En primera persona: Psi-que


                                                         P S I - Q U E



                     Que digo doctor que no sé qué hacer con mi vida que no le encuentro sentido alguno que mi mujer me ignora que mis hijos no me hacen caso que pasan de mí como dicen ellos que mi perro ya no me quiere ni siquiera  olfatea los bajos de mis pantalones cuando llego a casa que por cierto doctor  que el chalé que tengo en una de las mejores zonas de Madrid y que  costó un riñón no me hace ninguna ilusión ni siquiera la piscina climatizada que no salgo que he perdido a mis amigos que voy y vengo de la empresa como un autómata que allí mis propios gerentes toman las decisiones sin consultarme que la vida es absurda que el mundo carece de sentido...que qué hago doctor...

                      El psiquiatra me ha mirado con sus ojos psicológicos tras unas gafas redondas. No ha dicho nada desde que llegué y tomé asiento. Permanece otro rato en silencio. Abre su portafolios y saca una fotografía de gran tamaño. Le da la vuelta para que yo la vea. En ella aparece él pilotando una Harley gigantesca. Sentada detrás lleva una rubia despampanante. Los Pirineos, dice.   



















                                        Julián García Arias: En primera persona

En primera persona: Houdini

                                                 Houdini


Ah, ya se ha dado cuenta, ha reparado en ello, con lo detallista y observador  que es no se le va ni una, esos ojos verdes te escudriñan en un segundo, le explicaré, esto es de un vestidito que  compré el otro día y al probármelo por la cabeza las lentejuelas que tiene me hicieron estos rasguños, luego en casa por la tarde te lo enseño, a ver si te gusta y me lo quedo para una cenita en Berlín, qué bien se está aquí, qué restaurante más lindo y qué bueno está todo, y después de ay uy uf qué bien, qué guapo eres, me levanto e intento metérmelo por la cabeza, no tiene una cremallera, has mirado bien, pregunta él, pues no, parece que no, la buscaré mejor, me recuerdas al Gran Houdini, el escapista famoso intentado zafarse de las ataduras aquellas que le ponían, pues sí, que digo yo que si esto va a ser así siempre, casi mejor lo descambias, y una tallita mayor, no, no sé, ya está, mira así queda, es mono, pues...sí, creo que...sí, quiero decir que si me hace mona, tonto.     














                                     Julián García Arias: En primera persona


En primera persona: Móviles

                                                    M Ó V I L E S


                  A finales de los noventa comenzó el boom de los teléfonos celulares o móviles. Siempre fui reticente a los inventos electrónicos y estos aparatos portátiles me parecían entonces cosa de nuevos ricos o de gente snob. Había sobre su uso opiniones contradictorias: si quiero hablar por teléfono, lo hago desde mi casa y sanseacabó, decían unos; es muy útil en el coche si tienes alguna avería, argumentaban otros. A su favor llegaban noticias contando que alguien había salvado su vida mediante una llamada in extremis.
                   O sea, que compré uno. Alcatel tal y tal. Fue antes de la vacaciones y con él aterricé en la playa. Al rato de estar en la arena, sonó un pitido. Me alarmé pues nadie tenía ese número aún. Examiné la pantallita, al parecer, alguien desconocido se había equivocado y acababa de enviarme  el primer mensaje de mi vida. Decía: Estoy con Álex.
                   Mi imaginación se puso en movimiento.¿Quién era el  emisor? ¿Hombre o mujer? ¿Dónde estaba? ¿Significaba aquello el inicio de una relación amorosa, la vuelta tras una ruptura? ¿Era simplemente una comunicación familiar o de amistad? Fuera lo que fuese y por hacer prácticas con las teclitas, contesté: Cómo vas a estar con Álex si Álex está conmigo.
                   Inmediatamente me arrepentí de la travesura pero la curiosidad hizo que esperase impaciente  la respuesta. Esta no tardó en llegar cargada de celos y  airada: ¿Con Álex?¿Cómo vas a estar tú con Álex si Álex está a mi lado?
                   ¿No estás segura de Álex?, envié dando por hecho que estaba mensajeándome con una chica.
                    A los pocos segundos recibí esto: ¡Pedazo de mamona gilipollas, dime quién eres que voy allá y te parto la cara en dos!
                    Sentí miedo de seguir con la broma viendo el cariz que tomaban los SMS. Llegué a pensar que mi intermensajeadora era policía o de la guardia civil, incluso del CNI. ¿Tendría la tecnología suficiente para localizarme y darme dos merecidas bofetadas?






                                                      Julián García Arias: En primera persona.

En primera persona: On the road


                                                     
                                                            ON  THE  ROAD






                  Circulo por una carretera inhóspita. Desde hace varias horas el paisaje que observo carece de vegetación. El asfalto tiene baches profundos y he de sortearlos procurando que ninguna rueda de mi coche caiga en ellos. Si esto sucediera no podría continuar.  Pero me siento impelido a hacerlo. Hay una extraña fuerza que me obliga a ello. No hay rastro de civilización. Hace mucho que me crucé con otro coche. He de tener cuidado porque el arcén de la derecha es angosto y un inmenso precipicio se adivina tras él. La carretera se ha convertido en una estrecha cornisa de una cordillera pelada. A lo lejos diviso una curva. No  sé qué habrá tras ella. Continuaré y allí intentaré dar la vuelta...


                  Imposible volver. La carretera es aquí  una especie de trampolín cuyo tablero  asciende inexorablemente suspendido en el vacío. Subo y subo sin poder controlar el coche. Llego al final. Caigo al abismo eterno.
  








                                            Julián García Arias: En primera persona

En primera persona: Primera comunión


                                            Primera comunión


                  En la empresa donde trabajo desde hace más de veinte años, suelen asignarme los viajes de representación por la zona norte, pero como mi compañero que suele hacer el sur estaba enfermo - decía que había pillado un virus de veinticuatro horas y ya llevaba en cama casi un mes -, en esta ocasión estuve unos días en una ciudad meridional. Vivimos en un país extraordinario, de gente encantadora, con sus diferencias regionales, no tantas como los políticos pregonan, y sus tópicos localistas, en general, muy divertidos.
                   Estaba desayunando en el hotel donde me alojaba y en la mesa de al lado lo hacía  también un familia muy jovial, no paraba de reír, algunos lo hacían a carcajadas, atrayendo las miradas de todos quienes estábamos en el "desayunador" (así lo llamaban en los rótulos del hotel). Una chica con una gracia infinita relataba los infortunios que les habían sucedido el día anterior. En resumen, eran estos: Habían llegado a la ciudad invitados a una primera comunión de un pariente cercano. Tras acicalarse convenientemente en el hotel, tomaron varios taxis que los dejaron en un descampado, al final del cual se encontraba una iglesia. Atravesaron el solar encharcado, todos emperifollados, entaconadas ellas, encorbatados ellos... y encontraron la iglesia cerrada a cal y canto. Sobre la puerta de la misma un rótulo decía: Iglesia Evangelista. Alguien había equivocado la dirección. Culparon a los taxistas, pero uno de los  invitados se dio cuenta del error. Tenían que haber ido a la Iglesia de San Juan Evangelista, al otro lado de la ciudad. En definitiva, no solo no llegaron a la celebración religiosa, sino que también lo hicieron tarde a la comida. 
                   A todos lo ocurrido les parecía hilarante y rememoraban las anécdotas tronchándose de risa. Yo me contagié de la misma y acabé soltando una carcajada demasiado alta. Ellos se percataron y callaron al unísono clavando sus miradas en mí. La chica del relato, de muy mal humor, me espetó:
- Solo está permitido reírse a la familia, ¿de acuerdo?
Pedí disculpas y subí abochornado a la habitación.





                                              Julián García Arias: En primera persona

lunes, 2 de septiembre de 2013

En primera persona: Facebook.

                                                                   FACEBOOK
                                                                     



                                                                                                 
               

              Siempre me han dado cosa las redes sociales. Eso de estar ahí, tan expuesta, que te vea todo cristo… Además, estoy convencida de que cuando llueve, dan calambre. Tantos electrones en el ambiente… ¡qué miedo! A pesar de todo ello, mis amigas me convencieron y me metí. Por aquello de la  vergüenza, en lugar de poner mi foto puse una de un pupitre graciosísimo que vi este verano en el Reina Sofía.
               Como no entendía nada de aquello, el primer día cliqueé por todos lados: me gusta esto, me gusta lo otro, un comentario aquí, otro allí, que si soy amiga de este y sigo a aquel, me inventé la biografía, no sabía qué era eso del perfil, o sea, un lío de mil demonios que nos llevará a todos al infierno, y si no, tiempo al tiempo.
               Total, que a los pocos días de iniciarme en el invento global recibí el mensaje de un tipo que quería casarse conmigo. William della Ponte, se llamaba el internauta. Y decía que era cubano de Miami. “¡Hombre de Dios!, le respondí, ¿no se ha dado usted cuenta de que soy un pupitre?” Y mi pretendiente envió enseguida: “Eso no es contingente”. Un pelín alarmada le escribí: “En mi país, las bodas ser humano con ser inanimado están prohibidas, y viceversa.” A los pocos segundos recibí esto: “Pues viceversa”. Me pareció que aquel sujeto o no sabía el significado de las palabras que utilizaba, o lo que quería era tomarme el pelo y no volví a contestar.
                Una mañana fría de finales de  diciembre, tras encender el ordenador, me encontré esto en la mensajería del feisbú: “Hola, soy William, la he estado investigando y he descubierto que no es usted un pupitre. Me ha costado tiempo y dinero pero al final sé de cierto quién es”.”¿Ah, sí?”, me apresuré a contestar, “¿y quién soy?”, “Usted es el artesano y lo que quiere es que alguien le compre el mueble.”
              Cogí el ordenador y lo arrojé por la ventana. Ahí sigue, despanzurrado  en la acera de enfrente.

                                                                                       Julián García Arias  

domingo, 1 de septiembre de 2013

En primera persona: Águeda

                                                                ÁGUEDA


-       Antonio, ¿has notado un sabor raro en el estofado?
-       Sí, sabe extraño, no parece el estofado de siempre, y mira que Águeda cocina bien.
-      Hombre, lleva haciéndolo igual toda la vida.
                                                           ***
           A todos nos sorprendió que abuelo Pepe antes de morir expresara su deseo de que lo incinerasen. Era una persona especial, pero nunca pensamos que hasta ese punto. Debió de haberlo  leído en ABC de Madrid al que estaba suscrito y  leía con fruición hasta muy entrada la noche: el cementerio de La Almudena había adquirido un horno crematorio, lo que era una novedad en España. “Quiero que me incineren”, dijo segundos antes de morir. Sus hijos se quedaron estupefactos.”Eso va en contra del catolicismo”, musitó enseguida tía María. ” Sea lo que sea, si esa ha sido la última voluntad de padre, así se hará”, dijo el mío.
            Los preparativos resultaron engorrosos y el primer disgusto fue con el párroco del pueblo, íntimo amigo de la familia, quien ipso facto dejó de hablarnos. Otros vecinos y familiares lo hicieron también. Hubo después que pedir permisos y certificaciones en el Ayuntamiento, en el Registro, en las Diputaciones Provinciales por donde iba a pasar el cadáver (Badajoz, Cáceres, Toledo y Madrid)  y hasta una cédula especial en la Dirección General de Tráfico del Ministerio de la Gobernación. 
             Una madrugada fría de finales de diciembre, con el alba a punto de estallar en un cielo cuajado de estrellas, salió la comitiva. El coche fúnebre con el féretro de plomo hermético iniciaba la marcha y detrás, en cuatro taxis Seat 1400, iba la familia. Hicimos un alto en Navalmoral de la Mata donde por lo bajini escuché a mi madre decirle a mi padre, que tomaba meditabundo su café, “Pepe, esto es una locura”. A mediodía, estábamos en Madrid.   
         Al llegar al cementerio mi padre entregó la documentación requerida y un funcionario con aspecto inequívoco de enterrador nos comunicó que  para la incineración había cola. Hizo pasar el féretro a unas dependencias y a nosotros nos indicó que aguardásemos en una sala de duelos atestada de personas. “¡Nunca pude imaginar  que en nuestra España hubiera tanta gente rara!”, exclamó en voz alta tío Manuel con evidentes intenciones provocadoras. ”Manolo, no es el momento”, advirtió mi padre.
        Hacia las ocho de la noche, cansados de esperar, entró en la sala el mismo funcionario  con gesto sombrío. En sus manos llevaba una caja de cartón cuadrada y honda y, tras pronunciar un “sentido pésame”, dijo que allí dentro se guardaban las cenizas del difunto, pero que más que cenizas parecían munición de escopeta porque el horno nuevo dejaba de esa manera los restos. A pesar de lo avanzado de la hora, decidimos volver en ese  instante al pueblo. Llegamos pasadas las tres de la madrugada.      
       * * *
          Águeda entró en la cocina a las seis de la mañana. Acababa de cumplir noventa años. Vio una caja de cartón sobre la mesa. Tomó de ella un puñado de su contenido y rellenó el tarro de la pimienta.         








                                   Julián García Arias“En primera persona”