martes, 3 de septiembre de 2013

En primera persona: Paisaje después de la batalla

                                   Paisaje después de la batalla




                 Justo en el momento que la orquesta acometía los primeros compases de Stand by me,  una racha inesperada de viento marino sacudió el inmenso parasol que se encontraba contiguo al nuestro y se cerró con estrépito capturando a los comensales que cenaban debajo. La música  no cesó, aunque hubiera sido preferible, pues el vocalista estaba asesinando  la  emblemática canción. Hubo cierto revuelo hasta que los atrapados, no sin dificultad,  consiguieron salir de aquella especie de tienda de campaña india, algunos de ellos bastante descompuestos de semblante y de atuendo.                                        Sin embargo, alguien no lograba zafarse del amasijo de lonas y empezó a gritar, a patalear y a manotear de tal manera que mis amigos y yo nos precipitamos en su ayuda derribando cuanto nos encontrábamos en el camino. Levantando unos las varillas, sosteniendo otros las telas y penetrando los más valientes en el angosto laberinto, dimos con una señora presa del traicionero artilugio y de la histeria. ¡Qué espectáculo! Al intentar levantarla nos percatamos de que un trozo de varilla astillada se había introducido en su orondo escote, roto su vestido estampado y enganchado en uno de los aros del sujetador. Los gritos fueron a más cuando empezamos a  manipular escote, vestido, varilla y sujetador en nuestro celo por liberarla. La orquesta, al fin, terminó y toda la terraza fijó su atención en el rescate esperando un desenlace. Los espectadores opinaban por sectores: un sector pensaba que lo más sensato era avisar al 061, otro al 091, otro al 092 y otro al 080. Hubo también quienes creían que el responsable era el maitre, y un señor muy pesimista gritó, encaramado en una mesa, que avisaran a un sacerdote para dar la Extremaunción. Nada de eso fue necesario. Como pudimos desabrochamos el sostén, conseguimos calmar a la accidentada y esta salió tapando su abundante pecho con una rebeca. El marido, ajeno a todo pues se hallaba en los lavabos, al volver se topó con la escena, abrió los ojos como platos y no pudo articular palabra.   











                    Julián García Arias: En primera persona

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