B A N C O S
Tras varios días de ardua
negociación conseguí que el director de la sucursal me ofreciera un 1,75 % de
interés en un depósito a plazo. Quería sacarle a los ahorros algo más de
rentabilidad pues eran el fruto de toda mi vida laboral. Recibí una llamada
para que me pasara por la oficina "cuanto antes" ya que los intereses
" estaban empezando a bajar".
Al día siguiente fui con mi
libreta de ahorros para hacer la transferencia y abrir un IPF. El director me
hizo esperar casi una hora y empecé a imaginar que la cantidad a depositar era
muy importante para mí pero insignificante para él. Creo recordar que ni
siquiera se levantó para saludarme, pero enseguida puso el contrato en la mesa
para que lo firmara.
Nunca he entendido un pepino
de cuestiones financieras, así que firmé unos cuantos folios sin leer ni una
letra de lo que en ellos ponía. Al terminar, como si aquello estuviera
programado, con un gesto rápido y mecánico, sacó de uno de los cajones de su
escritorio una carterilla de plástico y
la puso ante mis ojos mientras recogía el contrato. La cartera era
exigua, solo para "guardar las tarjetas de débito y de crédito",
según dijo. Tenía el logotipo del banco. "Un obsequio". La miré unos
segundos con atención y pregunté:
- ¿No la tendría de piel o de polipiel?
Apuntándome con el bolígrafo, sentenció:
- Esa es mejor, hasta puede usted
ducharse con ella.
Julián
García Arias: En primera persona.
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