lunes, 2 de septiembre de 2013

En primera persona: Facebook.

                                                                   FACEBOOK
                                                                     



                                                                                                 
               

              Siempre me han dado cosa las redes sociales. Eso de estar ahí, tan expuesta, que te vea todo cristo… Además, estoy convencida de que cuando llueve, dan calambre. Tantos electrones en el ambiente… ¡qué miedo! A pesar de todo ello, mis amigas me convencieron y me metí. Por aquello de la  vergüenza, en lugar de poner mi foto puse una de un pupitre graciosísimo que vi este verano en el Reina Sofía.
               Como no entendía nada de aquello, el primer día cliqueé por todos lados: me gusta esto, me gusta lo otro, un comentario aquí, otro allí, que si soy amiga de este y sigo a aquel, me inventé la biografía, no sabía qué era eso del perfil, o sea, un lío de mil demonios que nos llevará a todos al infierno, y si no, tiempo al tiempo.
               Total, que a los pocos días de iniciarme en el invento global recibí el mensaje de un tipo que quería casarse conmigo. William della Ponte, se llamaba el internauta. Y decía que era cubano de Miami. “¡Hombre de Dios!, le respondí, ¿no se ha dado usted cuenta de que soy un pupitre?” Y mi pretendiente envió enseguida: “Eso no es contingente”. Un pelín alarmada le escribí: “En mi país, las bodas ser humano con ser inanimado están prohibidas, y viceversa.” A los pocos segundos recibí esto: “Pues viceversa”. Me pareció que aquel sujeto o no sabía el significado de las palabras que utilizaba, o lo que quería era tomarme el pelo y no volví a contestar.
                Una mañana fría de finales de  diciembre, tras encender el ordenador, me encontré esto en la mensajería del feisbú: “Hola, soy William, la he estado investigando y he descubierto que no es usted un pupitre. Me ha costado tiempo y dinero pero al final sé de cierto quién es”.”¿Ah, sí?”, me apresuré a contestar, “¿y quién soy?”, “Usted es el artesano y lo que quiere es que alguien le compre el mueble.”
              Cogí el ordenador y lo arrojé por la ventana. Ahí sigue, despanzurrado  en la acera de enfrente.

                                                                                       Julián García Arias  

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