FACEBOOK
Siempre
me han dado cosa las redes sociales.
Eso de estar ahí, tan expuesta, que te vea todo cristo… Además, estoy convencida
de que cuando llueve, dan calambre. Tantos electrones en el ambiente… ¡qué
miedo! A pesar de todo ello, mis amigas me convencieron y me metí. Por aquello
de la vergüenza, en lugar de poner mi
foto puse una de un pupitre graciosísimo que vi este verano en el Reina Sofía.
Como no
entendía nada de aquello, el primer día cliqueé por todos lados: me gusta esto,
me gusta lo otro, un comentario aquí, otro allí, que si soy amiga de este y
sigo a aquel, me inventé la biografía, no sabía qué era eso del perfil, o sea,
un lío de mil demonios que nos llevará a todos al infierno, y si no, tiempo al
tiempo.
Total,
que a los pocos días de iniciarme en el invento global recibí el mensaje de un
tipo que quería casarse conmigo. William della Ponte, se llamaba el internauta.
Y decía que era cubano de Miami. “¡Hombre de Dios!, le respondí, ¿no se ha dado
usted cuenta de que soy un pupitre?” Y mi pretendiente envió enseguida: “Eso no
es contingente”. Un pelín alarmada le
escribí: “En mi país, las bodas ser humano con ser inanimado están prohibidas,
y viceversa.” A los pocos segundos recibí esto: “Pues viceversa”. Me pareció que
aquel sujeto o no sabía el significado de las palabras que utilizaba, o lo que
quería era tomarme el pelo y no volví a contestar.
Una
mañana fría de finales de diciembre,
tras encender el ordenador, me encontré esto en la mensajería del feisbú: “Hola, soy William, la he estado
investigando y he descubierto que no es usted un pupitre. Me ha costado tiempo
y dinero pero al final sé de cierto quién es”.”¿Ah, sí?”, me apresuré a
contestar, “¿y quién soy?”, “Usted es el artesano y lo que quiere es que
alguien le compre el mueble.”
Cogí el
ordenador y lo arrojé por la ventana. Ahí sigue, despanzurrado en la acera de enfrente.
Julián García Arias
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