Primera
comunión
En la empresa donde trabajo
desde hace más de veinte años, suelen asignarme los viajes de representación
por la zona norte, pero como mi compañero que suele hacer el sur estaba enfermo
- decía que había pillado un virus de veinticuatro horas y ya llevaba en cama
casi un mes -, en esta ocasión estuve unos días en una ciudad meridional.
Vivimos en un país extraordinario, de gente encantadora, con sus diferencias
regionales, no tantas como los políticos pregonan, y sus tópicos localistas, en
general, muy divertidos.
Estaba desayunando en el
hotel donde me alojaba y en la mesa de al lado lo hacía también un familia muy jovial, no paraba de
reír, algunos lo hacían a carcajadas, atrayendo las miradas de todos quienes
estábamos en el "desayunador" (así lo llamaban en los rótulos del
hotel). Una chica con una gracia infinita relataba los infortunios que les
habían sucedido el día anterior. En resumen, eran estos: Habían llegado a la
ciudad invitados a una primera comunión de un pariente cercano. Tras acicalarse
convenientemente en el hotel, tomaron varios taxis que los dejaron en un
descampado, al final del cual se encontraba una iglesia. Atravesaron el solar
encharcado, todos emperifollados, entaconadas ellas, encorbatados ellos... y
encontraron la iglesia cerrada a cal y canto. Sobre la puerta de la misma un
rótulo decía: Iglesia Evangelista.
Alguien había equivocado la dirección. Culparon a los taxistas, pero uno de
los invitados se dio cuenta del error.
Tenían que haber ido a la
Iglesia de San Juan Evangelista, al otro lado de la ciudad. En
definitiva, no solo no llegaron a la celebración religiosa, sino que también lo
hicieron tarde a la comida.
A todos lo ocurrido les
parecía hilarante y rememoraban las anécdotas tronchándose de risa. Yo me
contagié de la misma y acabé soltando una carcajada demasiado alta. Ellos se
percataron y callaron al unísono clavando sus miradas en mí. La chica del
relato, de muy mal humor, me espetó:
-
Solo está permitido reírse a la familia, ¿de acuerdo?
Pedí
disculpas y subí abochornado a la habitación.
Julián García Arias: En primera persona
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