M A R A V I L L A S
Juego al pin-pon y escribo. Regulín tirando a mal. En ambas tengo un
"techo" que no puedo superar. Lo sé desde la adolescencia. En tenis
de mesa, ganaba siempre a algunos, empataba con otros y perdía siempre con los
mismos. Siempre. No era cuestión de entrenamiento sino de facultades.
Con la literatura me sucede igual. En mi niñez obtuve
el premio provincial de redacción, no el regional ni el nacional. Era cuestión
de talento. Pero sigo jugando al pin-pon y escribiendo. Tras leer a los
"grandes" me deprimía. Puedo decir que Quevedo, Pessoa, Cervantes y
Joyce me han enviado muchas veces al psiquiatra. Ahora estoy mejor. He
comprendido que ellos son el "techo" de la escritura.
Escribo para mí. Me gusta.
Puedo hacerlo de cualquier cosa. A veces, en las noches de insomnio, creo
personajes que, sentados en la almohada con las piernecitas colgando, esperan
mi despertar. Luego, pobrecillos, hago con ellos lo que quiero. Han caído en la
red de las palabras y ahí está la araña del lenguaje, minúsculo y poderoso
demiurgo, dueño y señor del pensamiento. Otras veces, fabrico ideas que
trasladadas al papel engordan mi autoestima y mi ego filosófico. Hasta hay ocasiones
en las que me atrevo con disquisiciones que barnizo con una capa de ética y moral, y entonces duermo tranquilo esa
noche porque mi conciencia está comprometida, tiene inquietudes sociales.
Ya sé, desde hace mucho tiempo,
que jugar al pin-pon o escribir sirven
para nada. Pero es algo que los humanos hacemos desde siempre. Escribir, digo,
el pin-pon es un invento del siglo XX.
Julián García Arias: En
primera persona
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