martes, 3 de septiembre de 2013

En primera persona: Maravillas

                                    M A R A V I L L A S



                 Juego al pin-pon y escribo. Regulín tirando a mal. En ambas tengo un "techo" que no puedo superar. Lo sé desde la adolescencia. En tenis de mesa, ganaba siempre a algunos, empataba con otros y perdía siempre con los mismos. Siempre. No era cuestión de entrenamiento sino de facultades.

                   Con la literatura me sucede igual. En mi niñez obtuve el premio provincial de redacción, no el regional ni el nacional. Era cuestión de talento. Pero sigo jugando al pin-pon y escribiendo. Tras leer a los "grandes" me deprimía. Puedo decir que Quevedo, Pessoa, Cervantes y Joyce me han enviado muchas veces al psiquiatra. Ahora estoy mejor. He comprendido que ellos son el "techo" de la escritura.

                 Escribo para mí. Me gusta. Puedo hacerlo de cualquier cosa. A veces, en las noches de insomnio, creo personajes que, sentados en la almohada con las piernecitas colgando, esperan mi despertar. Luego, pobrecillos, hago con ellos lo que quiero. Han caído en la red de las palabras y ahí está la araña del lenguaje, minúsculo y poderoso demiurgo, dueño y señor del pensamiento. Otras veces, fabrico ideas que trasladadas al papel engordan mi autoestima y mi ego filosófico. Hasta hay ocasiones en las que me atrevo con disquisiciones que barnizo con una capa de ética  y moral, y entonces duermo tranquilo esa noche porque mi conciencia está comprometida, tiene inquietudes sociales.

                Ya sé, desde hace mucho tiempo, que  jugar al pin-pon o escribir sirven para nada. Pero es algo que los humanos hacemos desde siempre. Escribir, digo, el pin-pon es un invento del siglo XX.   




                  Julián García Arias: En primera persona

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