De bohemia
Atribulado y acodado trasiego un vino
fláccido, de poco cuerpo, de esos que hasta el octavo vidrio no te da el
zurriagazo en la cabeza. Una bombilla mugrienta ilumina el infame tabernáculo proyectando sombras
gigantescas en los conos. El Pelao da una ronda gratuita como si fuera un
acontecimiento histórico y algunos de la parroquia ni se lo agradecen. Por el
espejo roto y polvoriento veo con desagrado que entra a mis seis El Litri con su
comparsa de plays. Su careto lo canta todo y es evidente que viene de otros
pagos noctívagos. Portezuelo, susurra
mi nombre y clava sus garfios en mi hombro que deja dolorido. Me hago a un lado
e inunda con su chaqueta gitana el mostrador de la bodegucha.
-
Pelao, grita, ponle a estos unos quinqués y a mi me vas
dando la llave del corralón, que voy a respirar un powder guapo guapo que me ha
servío un dromedario en las fiestas de Almendralejo.
- Litri, dice el oficiante por lo bajini, el día que los picos te trinquen vas a saber lo que vale un peine.
- Antes de eso, te pego un tiro en
los güevos, hijoputa, maricón de mierda...¡serás sieso!
Mientras difumina su corpachón
pestilente por la oscuridad de la trastienda, a un adlátere se le oye esto:
-Te diera un cólico miserere esta misma noche y te fueras al otro barrio
echando espumarajos por el josico...
Litri García vuelve al rato resoplando
con dificultad por la nariz, que se le
ha amoratado y simula una berenjena. Viene sudando, arrollando a su paso mesas
y sillas que ruedan por el suelo tras el embiste. Cuando alcanza la barra saca
del bolsillo un móvil blanco y manipula la pantalla con su dedo gordo. Del aparato irrumpe con
fuerza el himno de la Legión
y al Litri se le ilumina la cara como si la Virgen de Fátima hubiera hecho su celestial
presencia.
- ¡Litri, revienta El Pelao, a ver si tenemos más cuidao con el
mobiliario, me voy a cagar en la puta que te aventó, que cada vez que vienes
destrosas algo!
El aludido saca un fajo de
billetes doblado por la mitad y con la mano ensortijada los va pasando como las
páginas de un libro. Deja unos cuantos al lado de su güisqui, da media vuelta,
camina unos pasos y pisotea con fuerza una de las sillas caídas. Las carcajadas
de su pandilla rebotan en el techo y se expanden por toda la estancia. Luego,
desde mi rincón en penumbra, los veo
salir, provocando con aires de película mala del Oeste, de aquellas que la
empresa del pueblo proyectaba en el cine de verano.
Julián
García Arias: En primera persona.
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