martes, 3 de septiembre de 2013

En primera persona: Seguro azar

                                       S E G U R O   A Z A R


                Estoy trajinando en la cocina y, la mente con sus asociaciones, recuerdo de pronto la "receta" de Tristán Tzara para hacer un poema dadaísta, ya saben, aquel de "coja unas tijeras y bla, bla, bla...". Recuerdo también que mi madre guardaba en un cajón del aparador una máquina antiquísima para picar carne y otros alimentos; es verdad, aquí está. Y pienso: ¿qué sucedería si en lugar de recortar un artículo de periódico yo picara en este artilugio el Diccionario de la Real Academia de la Lengua?
             
                Fue un trabajo laborioso, no crean, me mantuvo ocupado varias semanas, el DRAE tiene muchas páginas. Al principio la máquina se atascaba con tanto papel impreso, tanta letra, hasta que descubrí  que la cosa marchaba mejor echando un poquito de aceite.  Monté el aparato en un antiguo banco de carpintero que hay en el trastero de mi casa y debajo puse un cubo que recogía el diccionario triturado. Cuando el cubo se llenaba esparcía su contenido en el jardín e intentaba dar algún sinsentido a aquel puzzle de letras y palabras casi ilegible. Anotaba en un cuaderno versos y antiversos pensando que algún día yo, con mi idea genial, podría publicar El Quijote Dadá. Luego, con una pequeña pala, echaba los restos en una bolsa de basura.

                Mis padres,  atónitos,  me dejaban hacer, acostumbrados como estaban a mis excentricidades. Es más, colaboraban tirando las bolsas  en el contenedor cercano. Algunos días en que mi actividad era más intensa, sacaban  diez o doce. Los vecinos comenzaron a extrañarse y desde el balcón de mi habitación sorprendí a alguno que con nocturnidad y alevosía inspeccionaba las bolsas esperando encontrar restos de un cuerpo descuartizado.

                 A las pocas semanas se presentaron en casa dos miembros de la Policía Local y nos hicieron algunas preguntas. Traían la velada intención de entrar e inspeccionar, pero mi madre les explicó que tenía la casa muy revuelta, "patas por alto", fue su expresión, y se fueron. A las cuarenta y ocho horas trajeron una orden de registro, vieron mi tingladillo literario y se fueron algo más que extrañados, con la duda de qué significaba todo aquello. Justo a la semana recibimos una denuncia: se nos acusaba de tener  instalada en el domicilio particular una industria papelera ilegal. Ahí terminó mi carrera de escritor neovanguardista.
                                                    
                                                     Julián García Arias: En primera persona


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