E X P O S
I C I Ó N
Al entrar me sorprendió verle
subido en una escalera. La había pedido al galerista y este se la había
proporcionado por ser un viejo conocido. La tenía demasiado cerca de uno de mis
cuadros pero, con su aspecto de intelectual excéntrico, no sorprendía que
estuviera examinando mis obras "desde arriba". Era un hombre mayor y
daba un poco de miedo que perdiera el equilibrio y cayera. ¡Caray!, pensé, a
ver si voy a tener un accidentado en la primera exposición que inauguro. Le
hice un gesto interrogante al galerista quien comentó en voz baja: está como una cabra, pero entiende bastante,
quizás te compre algún cuadro.
Permanecí un rato
inspeccionando el montaje ( había colgado hacía solo cuarenta y ocho horas) y
mirándolo de reojo. Observé con estupor que se ponía de puntillas sobre la
pequeña plataforma e inclinaba su cuerpo excesivamente hacia la pared con la
evidente intención de ver mejor la parte superior del bastidor del cuadro. La
escalera se levantó ligeramente de un lado y este movimiento hizo que su frente
diera contra la pared, quedando visitante y escalera en equilibrio inestable. Su
cabeza y las dos patas que aún tocaban el suelo, eran los vértices del
triángulo en inminente trance de derrumbe, algo que sucedió al instante.
El batacazo fue ruidoso y
aparatoso. Tras recogerle del suelo y sentarle, vimos que lo único que se había
roto eran sus gafas. La bufanda blanca que tenía puesta quedó suspendida en una
de las esquinas del cuadro y uno de sus zapatos fue inexplicablemente a la puerta
de la calle. Repuesto del susto exclamó: ¡Y
yo que solo quería saber cómo estaban colgadas las obras!
Tuve ganas de estrangularlo
allí mismo.
Julián García Arias: En primera persona
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